
Reinado
Felipe II modernizó y fortaleció la administración de la Monarquía Hispánica, alejándola de las tradiciones medievales y las aspiraciones de dominación universal que la Monarquía Católica de su padre había representado. Los órganos de justicia y gobierno sufrieron notables reformas, mientras que la corte se volvió sedentaria (capital de Madrid, 1560). Desarrolló una burocracia centralizada, sobre la que ejerció una supervisión directa y personal de los asuntos.
Pero las cuestiones financieras le superaron, dado el peso de los gastos militares en la maltrecha Hacienda Real; en consecuencia, Felipe tuvo que declarar la bancarrota de la Monarquía en tres ocasiones (1560, 1575 y 1596). Alrededor del rey, dos «partidos» se disputaban el poder: el del Duque de Alba y el encabezado primero por el Príncipe de Éboli y después por Antonio Pérez; las luchas entre ambas redes se vieron exacerbadas por el asesinato del Secretario Juan de Escobedo (cuyo asesinato en la noche del 31 de marzo de 1578 comprometió al propio rey Felipe II), culminando con la detención de Pérez y el encierro de Alba. Desde entonces y hasta el final del reinado, el cardenal Granvela dominó el poder, coincidiendo con el momento en que, gravemente enfermo, el rey se retiró de los asuntos de gobierno y delegó en las recién creadas Juntas.
Muerte y sucesión
Felipe II, sufriendo de gota, murió en El Escorial el 13 de septiembre de 1598. A su muerte, le sucedió Felipe III, hijo de su cuarto matrimonio (con Ana de Austria); el primer heredero varón que tuvo (el incapaz príncipe Carlos, hijo de su primer matrimonio con María Manuela de Portugal) había muerto muy joven encerrado en el Alcázar de Madrid y, según la «leyenda negra» alentada por los enemigos de Felipe II, por instigación de su padre.
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